LOREENA MCKENNITT

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El espacio y el tiempo

Redactor: Iván Arroyo

9 de Julio 2024

Botánico UCM

 

Quizá hayas tenido la suerte de conocer un lugar secreto en el pasado antes de que una avalancha de likes en Instagram lo convirtieran en un lugar concurrido, observado e ignorado a partes iguales por muchos visitantes que solo lo miran desde la tercera persona en que les convierte la cámara de un teléfono.

O puede que hayas conocido un lugar mágico o sagrado, dependiendo de qué palabra prefieras, en el que habitaba el misterio y en el que su encanto o su silencio te facilitaba escuchar el eco de tus espacios más profundos. Todo ello antes de que una reseña lo hiciera viral y la curiosidad pisoteara su intimidad y las voces y los ruidos inundaran el silencio.

En un mundo como el nuestro en el que esos lugares ya no existen y no parece quedar nada por descubrir que no encuentre un GPS, tenemos a Loreena McKennit para romper las barreras del tiempo y del espacio y llevarnos con ella a un pasado repleto de ellos. Sonidos celtas desde lugares tan cercanos y a la vez lejanos como Galicia o Irlanda, el sabor del polvo que levantan las pezuñas de los camellos en los desiertos y de las especias a lo largo de la ruta de la seda, los olores del antiguo Estambul cuando aún no era ese su nombre, las visiones nocturnas de un intrincado zoco en Marrakech o incluso tocar lugares legendarios como la misma piedra de las torres del Camelot del rey Arturo.

Y es que Loreena tiene más sellos en el pasaporte que Indiana Jones, más historias que contar que Calleja y Stephen King juntos, una capacidad sobrenatural para la poesía y una voz de hada.

Para que te lleve con ella hay que hacerlo en silencio y en petit comité, aunque a sus conciertos acuda tanta gente que, de todos los músicos que acuden este año a los conciertos del jardín botánico de Madrid, ella es la única que repite dos noches seguidas. Pero Loreena te habla directamente a ti, aunque estés en la grada más alejada rodeado de una gran multitud. A ratos quieres cerrar los ojos, porque la realidad se ha desdibujado a tu alrededor.

Para sus viajes, Loreena sabe de quién rodearse. Además de sus músicos habituales, para este concierto tenía dos artistas invitados, ambos españoles: El malagueño Daniel Casares a la guitarra y a la madrileña Ana Alcaide. Al primero no tenía el placer de conocerle. En cuanto a la segunda, hace no mucho podrías encontrarla tocando el “nyckelharpa” por las calles aledañas a la catedral de Toledo y le podías comprar un CD (ya existía Spotify, pero en plataforma digital no puede hablar con ella para pedirle que te firme).

Volviendo al concierto, en esta gira Loreena celebra los 30 años de su disco “The Mask and the Mirror” y lo dividió en dos partes con un intermedio.

En la primera parte cantó canciones de su repertorio desde las más clásicas como “All souls night”, “Mummer’s dance” o “The lady of Shalott” (unos 10 minutos de canción con los pelos de punta), algunas que están a punto de cumplir ya las dos décadas como “Penelope’s song” (otros 5 muinutos más como un erizo) o “The gates of Istambul”, ambos de su disco “An ancient muse” o alguna más reciente como “Ages past, ages hence”, acabando con otro de sus clásicos: “The old ways”.

A lo largo de la segunda parte cantó el disco “The Mask and the Mirror” al completo. Podías saber que no estabas escuchando una grabación sólo por los ligeros cambios instrumentales y de tempo del directo. Paso a paso, canción a canción desde la pureza introspectiva de “The mistic’s dream” hasta la adaptación musical del soliloquio del Prospero de Shakespeare a modo de despedida pasando por “Dark Night of the Soul”, una adaptación de un poema de San Juán de la Cruz, y el ritmo pegadizo de “Santiago”, al que sus dos artistas invitados añadieron un sonido muy especial.

Para terminar el concierto eligió “Dante’s Prayer”, y su repetición múltiple del verso “por favor, recuérdame” y “Tango to Evora” como despedida final.

Durante las dos horas y poco de concierto (descontando intermedio), se abrió uno de esos espacios mágicos, o sagrados si lo prefieres, y secretos, aunque estuviera a la vista de todo el mundo. Un espacio y un tiempo en los que aún existen el misterio y la aventura. Un mundo para exploradores donde los viajes tienen un precio que no se mide en el dinero que cuesta un billete (o una entrada) y en el que el destino es arriesgado e incierto.

Soy consciente de que estoy escribiendo para un medio digital, pero ninguna fotografía, grabación o relato puede llevarte allí. Quizá por eso nos pedían al entrar en el concierto que no hiciéramos fotografías ni grabaciones. No por un respeto a los artistas mal entendido, sino por el trabajo que les cuesta romper el tejido de la realidad y llevarnos al mundo en el que aún es posible encontrar el misterio.

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