AZKENA ROCK FESTIVAL 2024
Barro, lluvia y rock ‘n’ roll en Vitoria-Gasteiz en un festival de resistencia

20, 21 y 22 de Junio 2024
Recinto Mendizabala, Vitoria Gasteiz
Texto y Fotos: Álex García
El Azkena Rock Festival, ese templo anual donde el rock en todas sus formas se convierte en religión, celebró su edición 2024 con una mezcla explosiva de leyendas, promesas emergentes y un tiempo que, lejos de ser un enemigo, se sumó al espíritu indomable del evento. Del 20 al 22 de junio, el recinto de Mendizabala en Vitoria-Gasteiz se transformó en un santuario de guitarras distorsionadas, baterías atronadoras y un público que, armado con botas de agua y impermeables, demostró que ni la lluvia ni el barro pueden apagar la llama del rock.
Este año, el festival no solo cumplió 22 ediciones, sino que reafirmó su esencia: una programación impecable que navegó entre el garage punk más crudo, el rock sureño más cálido y el indie más melancólico, todo sazonado con el sello único del escenario Trashville, dedicado a sonidos retro, surf y garage. Además, el clima, caprichoso y frío, añadió un aura épica a un evento que ya de por sí transpiraba carácter.
20 de junio
La primera jornada del Azkena 2024 arrancó con cielos grises y un pronóstico de lluvia que, sin embargo, no logró disuadir a los miles de fans que abarrotaron el recinto desde primera hora. El ambiente era eléctrico, con grupos de amigos compartiendo cervezas bajo paraguas y chaquetas de cuero manchadas de barro.
El día comenzó con Bonafide, la banda sueca de hard rock que prendió la mecha con su energía directa y riffs contagiosos. Temas como «Fill Your Head With Rock» sonaron como un manifiesto, perfectos para calentar motores. Pero fue Whispering Sons, el quinteto belga de post-punk, quien sorprendió con su oscuridad elegante. Con su vocalista Fenne Kuppens encarnando a una moderna Siouxsie Sioux, canciones como «Tilt» envolvieron al público en una niebla de sintetizadores y bajos ominosos.
La sorpresa del día llegó con Tarque & La Asociación del Riff, un proyecto liderado por el ex-componente de Barricada, Javier Hernández «Tarque». Con un set lleno de versiones de clásicos del rock español y temas propios cargados de actitud, el grupo navarro logró que el público olvidara por un rato la lluvia y coreara al unísono himnos como «No Sé Qué Hacer Contigo».
Pero la noche perteneció, sin duda, a Jane’s Addiction. Perry Farrell, vestido con una capa de lentejuelas y su carisma habitual, lideró a la banda en un viaje psicodélico a través de su discografía. Desde «Mountain Song» hasta «Been Caught Stealing», cada tema fue una explosión de rock alternativo con toques de funk y punk. La lluvia, que arreció durante su actuación, se convirtió en parte del espectáculo: miles de personas saltando en charcos bajo los focos, mientras Dave Navarro desgarraba su guitarra con solos que sonaron a redención.





21 de junio
El segundo día amaneció con un cielo aún más amenazante, pero el público, curtido ya en batallas contra los elementos, llegó preparado. Botas de goma, ponchos improvisados y una determinación inquebrantable. La jornada prometía ser histórica, y así fue.
The Black Halos, con su punk rock canadiense de los 90, abrieron fuego en el escenario principal. Brian Smyth, con su voz rasgada y actitud callejera, revivió el espíritu del garage punk con temas como «Some Things Never Fall». Le siguió La Perro Blanco, la banda de rock and roll murciana que, con su mezcla de blues y actitud cruda, logró que el público se agolpara frente al escenario pese al barro.
Pero fue en el escenario Trashville donde comenzó a escribirse una de las páginas más memorables del día. The Mummies, la leyenda del garage punk de San Francisco, irrumpieron con sus trajes de momia y su sonido lo-fi. «Stronger Than You» y «You Must Fight to Live on the Planet of the Apes» sonaron como himnos anárquicos, con un sonido tan crudo que parecía desafiar a la lluvia. El público, empapado pero eufórico, respondió con un pogo que convirtió el barro en una trampa mortal para los menos ágiles.
De vuelta al escenario principal, L7 demostraron por qué son las reinas indiscutibles del grunge. Donita Sparks y compañía arrancaron con «Fuel My Fire» y no dieron tregua. Entre chistes ácidos y riffs destructores, el set fue un recordatorio de que el rock feminista no pide permiso. «Shitlist» sonó como un himno generacional, con la lluvia mezclándose con el sudor de un público que no dejó de saltar ni un segundo.
El broche de oro llegó con Queens of the Stone Age. Josh Homme, con su sonrisa de lobo y su guitarra en mano, lideró a la banda en un set que recorrió desde temas de Songs for the Deaf hasta joyas de su último álbum. «No One Knows» y «Go With the Flow» elevaron la energía a niveles estratosféricos, mientras la lluvia se convertía en un efecto más de la noche.

























22 de junio
El último día del festival fue el más extremo: cielos descargando agua sin piedad, charcos que parecían lagos y un viento frío que cortaba como cuchillo. Pero ni el clima ni el agotamiento lograron vencer al espíritu del Azkena.
The Pleasure Fuckers, con su rockabilly perverso, dieron el pistoletazo de salita. Le siguieron The Detroit Cobras, cuyo garage soul encendió la mañana con versiones de clásicos de los 60. Pero el momento más emotivo llegó con Mavis Staples. La leyenda del soul y el gospel, a sus 85 años, subió al escenario como una fuerza de la naturaleza. Con su voz poderosa y su mensaje de esperanza, temas como «Respect Yourself» y «I’ll Take You There» resonaron como un bálsamo espiritual. La lluvia, que caía sin cesar, se detuvo simbólicamente cuando Mavis alzó las manos y gritó: «¡El amor siempre gana!».
En el escenario Trashville, el caos seguía su curso. Los Sirex, con su garage punk en catalán, hicieron temblar las carpas con «No Vull Ser Com Tu». Ghalia Volt, la reina del blues belga, deslumbró con su voz rasgada y su slide guitar, mientras Tiburona llevó su surf rock instrumental a niveles místicos, con melodías que parecían surfear sobre las olas de lluvia.
La noche cerró con dos colosos: Band of Horses y Sheryl Crow. Los primeros ofrecieron un set de indie rock melancólico y épico, con «The Funeral» sonando como un himmo bajo la tormenta. Sheryl Crow, por su parte, demostró por qué es una leyenda viviente. Con su country rock y su carisma radiante, temas como «If It Makes You Happy» y «All I Wanna Do» unieron a varias generaciones en un coro masivo.






El escenario Trashville: Garage, surf y anarquía bajo la lluvia
Si hay un espacio que encapsula el alma del Azkena, es el escenario Trashville. Este año, pese a las condiciones climáticas, se convirtió en el refugio de los puristas del sonido crudo.
- The Mummies: Como ya mencionamos, su actuación fue un caos glorioso. Entre chistes absurdos y solos de saxofón destemplados, demostraron que el garage punk no está muerto.
- Los Sirex: Desde las primeras notas de «La Caza del Jabalí» hasta los compases de «Las Chicas del Radio» (una de las favoritas del público veterano), la banda hizo gala de su repertorio más clásico, manteniendo su sello de rock sucio y energético. Los asistentes, tanto los que crecieron con ellos como los más jóvenes, se entregaron al instante a la fiesta que se desató en el aire. No faltaron los coros y las palmas al unísono, sobre todo cuando sonaron «No me Dejes Solo» y «Ven a Mi Casa».
El Azkena, siempre fiel a las leyendas y a los sonidos más auténticos, vivió un momento de comunión entre generaciones. Los Sirex, con esa humildad que les ha acompañado siempre, no buscaron deslumbrar con grandes artificios, sino que lo hicieron con lo que mejor saben hacer: rock genuino y sin adornos.
- Ukelele Joe y sus Hula Shakers: El contrapunto perfecto. Con su hawaiiana excéntrica y versiones de clásicos rockabilly en ukelele, lograron que el público bailara bajo la lluvia como si estuvieran en una playa de los 50.
- The Kongsmen: Surf rock instrumental con máscaras de gorila. Su tema «King Kong Stomp» fue una de las sorpresas del festival.
El Azkena del 2024 será recordado no solo por su cartel impecable, sino por la forma en que artistas y público se unieron para desafiar al clima. El barro, la lluvia y el frío no fueron obstáculos, sino cómplices de una experiencia colectiva donde el rock fue refugio, fiesta y terapia.
Desde el garage más sucio hasta el soul más luminoso, cada nota sonó como un desafío a la monotonía. Y cuando Sheryl Crow cerró su set con «Everyday Is a Winding Road», miles de
voces cantaron al unísono, sabiendo que, pase lo que pase, en 2025 volverán a Mendizabala. Porque el rock, como la lluvia, siempre encuentra su camino.
Si el lector cierra los ojos, quizá aún pueda oír el eco de las guitarras retumbando entre los truenos. O tal vez solo sea el tinnitus. Bendito sea.