Roskilde, Dennmark

28, 29, 30 de Junio y 1 de Julio 2023

Texto y Fotos: Andrés Moreno/Francisco Moreno

 

Un año más nos plantamos en Roskilde el equipo de Solo-Rock para disfrutar como cada año desde hace más de una década. Como siempre, la buena gente que organiza el festival nos resolvió pequeños problemas logísticos. En este caso fue Cecilia, la que nos permitió, que volando desde diferentes partes de Europa nos encontrásemos en el camping de prensa, un remanso de paz que permitió a nuestros cuerpos mantener el tipo durante los largos días del festival.

 

Este año parecía que el cartel no era muy favorable a nuestros gustos de viejos roqueros. El poco peso del rock and roll en el cartel nos tenía preocupados, las RRSS ardían con la dirección que había tomado el festival, pero estábamos todos equivocados. No solo las nuevas tendencias consiguieron hacer desaparecer algunas de nuestras canas mientras disfrutábamos con la muchachada, sino que también pudimos escuchar buen rock and roll, de grupos de toda la vida y también grupos emergentes.

 

Mientras que con los sitios de comida no nos desviamos mucho de nuestros preferidos, espaguetis siempre en el corazón, el festival de Roskilde nos permitió estar en un buffet musical donde podíamos picotear música en los distintos escenarios. Sin embargo, por varios motivos siempre volvíamos al nuevo escenario Gaia, situado detrás del Orange, el escenario principal. Los diferentes sabores del rock and roll también se cocinaban allí, pero también los mayores descubrimientos aparecieron allí.

 

 

 

Como por ejemplo el primer concierto del festival, los californianos Scowl, una de las bandas más explosivas y prometedoras del hardcore punk actual. Con un sonido que combina la furia y la velocidad del punk de los 80 con la melancolía y la experimentación grunge de los 90, la carismática vocalista Kat Moss nos hizo vibrar con un directo lleno de energía y emoción, en el que no pudimos resistirnos a aderezar nuestros bailes con saltos y empujones. Era hora de cambiar el menú y descubrir el otro escenario recién llegado, el EOS. Allí, nos aguardaba la cantante puertorriqueña Villano Antillano, quien con una voz poderosa y un flow impresionante nos entregó una actuación de rap urbano inolvidable. Su concierto resultó en un auténtico espectáculo que nos hizo mover el cuerpo al ritmo de canciones como «Sessions #51», su colaboración  con BZRP, y «Mujer», transformando el ambiente en una vibrante celebración de la diversidad sexual, en perfecta sintonía con la esencia del Festival. En la siguiente parada nos aventuramos por primera vez hacia el escenario Apolo. Al eco de Ivorian Doll, una suerte de Bad Gyal con raíces germano-británicas y marfileñas, con una mezcla de hip hop y trap. A pesar de su habilidad para levantar los ánimos del público y arrancarles a bailar, a nosotros no logró conquistarnos por completo. En el menú de este primer día, estaba apuntado Kendrick Lamar en el Orange. Sin embargo, al no ser muy fans, decidimos aprovechar la diversidad gastronómica que Roskilde nos brindaba y acompañarla con unas cervezas para entrar en calor antes de dirigirnos al Arena. Allí, nos esperaba el único grupo de Rock and Roll con letras grandes del cartel, Queens of The Stone Age. Y no decepcionaron en absoluto. Comenzaron con gran energía con «No One Knows» y nunca bajaron el ritmo. Llegaron al punto culminante cuando entonaron «Make It Wit Chu», con todo el público coreando a capela. Finalmente, cerraron la actuación de manera espectacular con «Go with the Flow» y «Song for the Dead», dejándonos a todos en un estado de euforia musical, también gracias a unos amigos islandeses que compartían las primeras filas con nosotros. Nos mostraron la técnica de consumir rápidamente tragos de ginebra, intercalados sabiamente con sorbos de agua. Los miércoles, los conciertos suelen llegar a su fin temprano, y alrededor de la una de la madrugada así que no nos quedó más opción que saborear el postre musical en el Camping. Como ya hemos compartido en años anteriores, el camping se convierte en un multiverso de mini festivales, carpas de DJ y fiestas interminables. Aquí, la diversión puede encontrarse en cualquier rincón y en cualquier momento. En esta ocasión, decidimos seguir a unos DJs motorizados que viajaban en un tren peculiar, donde cada vagón era una letra de la palabra «LOVE». Siguiendo el cha cha cha del tren nos sumergimos en este viaje al ritmo de éxitos de ayer y hoy, recorriendo todo el camping y dejando que la música nos llevara.

 

Este año, el clima en el festival se ha caracterizado por su cielo mayormente nublado y algunas lluvias intermitentes, aunque ocasionalmente el sol se asomaba, lo que nos brindó la oportunidad de disfrutar de un descanso adicional, permaneciendo en nuestras tiendas de campaña hasta las 10-11 de la mañana. Nuestra rutina matutina comenzaba con una relajante ducha caliente seguida de un paseo al supermercado en busca de nuestro desayuno: fruta, pan, embutidos, patatas fritas y, por supuesto, cerveza. Una vez repuestos y recargados de energía, nos dirigíamos al recinto del festival pasado el mediodía.

 

El jueves, comenzamos el día de la mejor manera posible con la actuación de Ethel Cain en el Avalon, escenario que tan buenos ratos nos dio el año pasado. Sus canciones, suaves y envolventes, de esas que te hacen  mecerte de un lado a otro con una sonrisa en la cara. Sus canciones son una  fusion de letras country americano con un sonido folk pop, de las que cabe destacar «Crush» y «Thoroughfare». De vuelta en el  Gaia, nos encontramos con los londinenses de ITHACA, quienes nos brindaron una dosis de heavy metal reivindicativo. Su actuación dejó un excelente sabor de boca y un buen dolor de cuello. Sin saltarnos la pausa para comer, regresamos al Avalon para escuchar Sudan Archives, la violinista americana  que irradiaba alegría en el escenario mientras hacía vibrar su violín. Bailaba, saltaba e incluso se entregaba al ritmo del perreo, y el público lo percibía y lo disfrutaba al máximo. Sus canciones son una fusión de varios estilos, como R&B, folk, rap y electro, todo ello con un toque africano. Indigo da Souza se convirtió en nuestro siguiente deleite en el Gaia, un conjunto indie con canciones de pop rock que comienzan con calma y, antes de darte cuenta, te encuentras gritando los estribillos o tarareando las melodías con entusiasmo.

 

Con ansias de inaugurar el escenario Orange, qué mejor manera que con uno de los platos fuertes del día: la reina del pop escandinavo, Tove Lo. Su canción «Stay High» resonaba por todos los rincones del festival. Ella estaba emocionada por regresar al festival, esta vez como artista destacada. A pesar de los múltiples cambios de vestuario a lo largo de su actuación, el que nos dejó impactados fue una especie de coraza con unos enormes pechos, de la que colgaba un gran pene. Durante una canción, se despojó de la coraza y mostró sus pechos reales, lo que parece ser una seña distintiva de sus conciertos, ya que en las primeras filas, sus fans imitaron el gesto con entusiasmo. Volvía Rina Sawayama al Arena, esta vez con un show diferente, más espectáculo, más coreografía, pero quizas con un toque  menos auténtico. Durante uno de sus cambios de vestuario, una suerte de traje de dominatrix texana, mientras le colocaban las botas de cowboy, encontró tiempo para disfrutar de una lata de cerveza. A pesar de decir «It makes me a little gasy», su habilidad para manejar el látigo quedó claramente demostrada y no pasó desapercibida. Luego, regresamos al escenario Orange para presenciar otra de los grupos en letras grandes del festival , LIL NAS, pero no logró cautivarnos. Quizás había demasiada coreografía y espectáculo, y después de la experiencia con la japonesa, ya habíamos tenido suficiente. Decidimos emigrar al Avalon para escuchar a Electric Wizard, una banda británica con claras influencias de Black Sabbath. Nos sacaron del mundo de los conciertos con cambios de vestuario, bailarines y purpurina, y nos devolvieron al ambiente de conciertos con guitarras, cerveza y sudor.

 

 

Decidimos hacer una pausa para cenar unos deliciosos tacos, y durante ese tiempo, tuvimos la oportunidad de experimentar una de las peculiaridades únicas de este festival. Mientras estábamos sentados en el pequeño escenario Platform, Daria Blum nos brindó una performance que podría describirse como un TikTok en vivo. Sin duda, fue algo fresco y fuera de lo común, algo que difícilmente encontraríamos en otro lugar.  “One More Time», nos dirigimos al escenario Gaia para disfrutar de Dry Cleaning, una banda que parecía ser una mezcla entre Postal Service y The Strokes. Fue un aperitivo perfecto antes de sumergirnos en los ritmos de baile africanos de Burna Boy, quien cerraba el día de manera espectacular. El nigeriano hizo que todo el escenario Orange, lleno hasta la bandera, se entregara al baile.

 

¿Y donde fuimos a empezar el viernes? Pues claro, allí en el Gaia estábamos para conocer a Body Type, unas chicas australianas que nos traían power-pop bien rico. Los ingredientes, los que nos gustan, guitarras, armonías, y una muy buena actitud, todo bien mezclado para ponernos de buen humor y empezar el día con energía. Energía que empleamos en cruzar el área del festival para ver a Japanese Breakfast. La americana Michelle Zauner y su banda emocionaron al público del Arena. Con sus voz y guitarra, Michelle conseguía mostrar a la vez su fragilidad y su fortaleza interior, una habilidad reservada a pocos artistas.

 

Después de las guitarras, el buffet de Roskilde nos ofreció fiesta, y solo eran las 8 de la noche. En esta ocasión, la fiesta llegó con la banda colombiana Ghetto Kumbe. La experiencia fue similar a los clásicos peta zetas. El público pudo disfrutar de ritmos caribeños y bases electrónicas que chisporroteaban en el escenario, y que consiguen inducir al baile hasta al más parado.

 

La conexion latina continuó con la banda de acompañamiento de Nikki Lane, venían desde España y se despedían de la gira Europea en Roskilde. Mientras ellos calentaban el escenario, la cantautora apareció para dominar el escenario con canciones country y otras, las del reciente ‘Denim & Diamonds’, más roqueras, sin duda influenciadas por Josh Homme, el productor de ese álbum.

 

El punto álgido de la conexión latina del día y del festival fue el concierto de Rosalía, que se solapaba con el concierto de Blur. Rosalia era un plato pendiente que teníamos que probar y dejamos a Blur para otra ocasión. Pero no fuimos los únicos con la misma idea, nunca habíamos estado en el Arena con tanta gente. La sorpresa para nosotros era como los daneses conocían y cantaban las canciones como unos españoles más. El fenómeno Rosalía también ha triunfado en Dinamarca y con conciertos como el de Roskilde, Rosalía se ha asegurado un público para los próximos diez años. 

 

 

El sábado, último día del festival, es como los postres, siempre hay sitio para un concierto más y apurar la experiencia hasta el final. Hubo postres salados. Militaire Gun, Deaf Club y Perturbator vaciaron todo el salero en nuestras bocas. Militaire Gun lo hizo con un concierto redondo, trallazos de guitarra caían sin parar y el público aullaba y saltaba siguiendo la dirección del Ian Shelton, el cantante. Ya, con la actuación de Deaf Club el mismo día, el hardcore se consagró como el género del festival para pasarlo bien y con más futuro. Pero para disfrutar de las canciones de Deaf Club primero hubo que superar la disonancia cognitiva que produce ver a un tipo algo enjuto en una chupa de cuero pegando auténticos berridos. El trío de salados lo culminó Pertubator, el frances James Kent nos introdujo en un mundo paralelo en el que los Chemical Brothers salieron del metal y no del pop. Fue una sorpresa descubrir que con sintetizadores la fuerza del metal no se desvanece. Después de este trio hubo que beber mucha agua para recuperar el equilibrio.

 

En los postres dulces anotamos a Caroline Polacheck y Lizzo, un pop de radiofórmula y con muchos aficionados en Roskilde, pues ambas llenaron el Arena y el Orange respectivamente. Las dos conquistaron el escenario, si bien, el espectáculo de Lizzo estuvo a la altura de su puesto en la cabeza de cartel y nos entretuvieron, tuvimos que cortar la ingesta de azúcar pura de ambos conciertos y pasarnos al dulce amargor de los gintonics. Para el recuerdo quedará la reinterpretación de “Yellow” (Coldplay) que hizo Lizzo con su flauta travesera.

 

Cuando creíamos que el buffet musical colapsaba nuestros estómagos, cerebros y músculos, descubrimos a una banda local en nuestro escenario favorito, el Gaia. First Hate aparentaba ser una banda más de dance de la escena underground danesa. Pero algo sabían los organizadores cuando les eligieron para cerrar el festival. Lo que parecía una suave manera de acabar el festival, se convirtió en fiesta con los ritmos de sus canciones (¿depechemodianos?) y la voz de su cantante (¿robertsmithiana?).

 

El domingo, día de recogida, una leve sensación de hartazgo corría por nuestro cuerpo mientras recogíamos la tienda de campaña. Habían sido cuatro días intensos y nuestros cuerpos se quejaban del abuso al que habían sido sometidos. ¿Merecería la pena volver a Roskilde otro año más? Esperando al avión en Copenhague, con las piernas en alto, y la digestión musical casi hecha, la respuesta fue un rotundo SÍ.

 

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