IGGY POP

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Teatro Real, Madrid 26 Julio 2022
Texto: Javi G. Espinosa
Fotos: Nabscab

Siempre es un acontecimiento tener a Iggy Pop de vuelta en Madrid, pero poder disfrutar de su desaforado espectáculo en un escenario como el del Teatro Real era algo digno de verse que no nos podíamos perder. Si bien es cierto que Iggy ya ha tocado en sitios como el Royal Albert Hall, no deja de sorprender que alguien tan anárquico e indomable se suba a las tablas de ilustres y regios teatros, símbolo tradicional de la alta cultura, y donde nadie habría pensado hace años que acabarían contoneándose tipos que por entonces se autolesionaban y se lanzaban sobre el público en garitos infectos. Pero los tiempos cambian y, gracias a iniciativas como el Universal Music Festival, es posible que artistas que en otra época eran casi proscritos y ahora son estrellas respetadas puedan traer su espectáculo a tan distinguido recinto.

Tras una oscura y algo inquietante introducción instrumental salió la banda al escenario, y poco después les siguió Iggy, lanzado ya desde el comienzo con una potente «Five Foot One» que dejó claras sus intenciones de tomar al asalto el Real a golpes de rock. La gente aguantaba como podía en los asientos, hasta que la Iguana les reclamó con un leve gesto que se levantasen y fuesen a rendirle pleitesía. En pocos segundos medio patio de butacas había volado hasta el borde del escenario para rendirse a sus pies al ritmo enloquecido de «TV Eye». La locura se había desatado y ya no iba a parar. Despojado ya de su chaqueta, Iggy se sacudía y se contoneaba como si no hubiese mañana, y como si no llevase más de medio siglo haciéndolo. Hasta pareció que en un momento dado se iba a lanzar sobre la gente, pero al final no se decidió… Lástima.

Entre los necesarios respiros en forma de canciones más relajadas, como «Endless Sea» o «James Bond», las sacudidas se iban repitiendo con creciente intensidad: la sucesión de «Lust for Life», «The Passenger» y «Death Trip» resultaba tan furiosa como agotadora, aunque no lo parecía para Iggy, desafiante e inasequible al desaliento. Antes de «Gimme Danger» se retiró del escenario, sí, pero apenas unos segundos para enfundarse una chupa con tachuelas que no le iba a durar puesta ni hasta el final de esa misma canción. Una bestia parda que, no obstante, se relajó un momento para sentarse en un monitor, al borde del escenario, recordando cuando hace mucho tiempo era joven, pobre y sucio («I was young, I was poor, and I was dirty»). «I’m still dirty«, aseguró con indisimulado orgullo, quizá para hacer más evidente su inquebrantable solidez de principios (nadie puede ser siempre joven, y nadie quiere ser siempre pobre).

«I’m Sick of You» se fundió con «I Wanna Be Your Dog», en un delirio colectivo que anunciaba la proximidad del final. Y ya puestos, de perdidos al río, debió pensar el tipo que, en plan espontáneo taurino, se subió al escenario con un cigarro en la boca dispuesto a echarse unos bailes con Iggy. No tardaron en hacerle ver que su sitio estaba abajo y rápidamente volvió entre el público, pero podría (y debería) haber pasado que el caso no hubiese sido aislado y que unas cuantas personas más hubiesen invadido las tablas a la vez, como en tantas ocasiones ha sucedido en sus conciertos, rematando la irreverente presencia del rock en tan exquisito marco.

Se retiraron los músicos (excelente la banda que acompaña a Iggy en esta gira, destacando esa escueta sección de vientos – trompeta y trombón – que aporta un color muy especial en casi todas las canciones) pero no tardaron en volver para la embestida final. Aquí ya la reivindicación de los Stooges fue total, encadenando «Down on the Street» con «Fun House» para despedirse con «Search and Destroy», sin anestesia ni compasión, a tumba abierta. Un derroche de energía y decibelios que no olvidaremos en mucho, mucho tiempo, y que resonará en las paredes y los techos del Teatro Real por los siglos de los siglos. Porque si anoche no se vino abajo, es muy probable que ya resista lo que le echen, aunque sean terremotos o tornados.

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