QUIQUE GONZÁLEZ
El mundo está cambiando
Teatro Circo Price, Madrid – Inverfest 2022
23 de marzo 2022
Autor: Daniel Hernández
Regresaba Quique González al Price, después de que en enero se suspendiera su concierto por motivos sanitarios, la tarde lo esperaba con un manto de frio y lluvia que propiciaba escuchar su nuevo trabajo “Sur en el Valle”.
La circunferencia del circo y la pista están prácticamente llenos, todos sentados, si hay que poner algún pero es que solo hay agua y zumos para beber, no hay cerveza por el asunto del bichillo que nos tapa la facilidad y no permite la ingesta de zumo de cebada, no lo entiendo.
Mientras los blackliners ajustan los últimos cables e instrumentos, suena el Boos por los altavoces.
Quique ha mamado esa música y esa lírica, Bruce, Tom Waits, Credence, Patti Smith y los escritores de la extensión y el desarraigo, en el camino, las uvas de la ira, born to run, esas historias que atraviesan el oeste y que relatan fugas, derrotas, la condición humana, paisajes que duelen en sus atardeceres, cruces de caminos donde el destino duda y queda detenido.
Hace años que Quique abandonó la ciudad de Madrid para retirarse a la montaña de Cantabria y sus letras han ido mutando, o mejor dicho, emigrando de lo urbanita a lo telúrico, ya no es un Kamikaze enamorado, los yonkis, el lumpen, los conserjes de noche o las bocas de metro ya no pueblan sus esquinas.
Se apagan las luces, un arpegio acústico suena entre bambalinas, van saliendo los músicos sobre una tarima sobria, solo una veleta con una flecha y un gallo en un lateral y al fondo del escenario un círculo con franjas horizontales de colores que representa unas maderas por donde el sol va entrando en la granja.
El concierto comienza con un escueto buenas noches y los primeros acordes de “Sur en el Valle”, un tema muy vaquero, que comienza el sólo con la guitarra acústica, poco a poco va introduciendo a los cinco musicazos que forman el combo, batería, bajo, guitarra solista, y dos teclistas.
Ya sabemos que en todos los conciertos el oído debe ir asentándose y haciéndose al sonido y al espacio, la banda también debe ir soltando lastre y esos nervios del arranque, pero Quique se ha rodeado de un grupazo y eso se nota, sonido limpio y cristalino, el empaste entre ellos es inmediato.
Quique se lanza sin concesiones y sin mucha chachara hasta la primera parte del concierto, a “Sur en el Valle” le siguen “La perdiste en casa”, “Amor en ruta”, “Pájaros mojados, “Caminando en círculos”, “La fábrica”, “Parece mentira”, “Betty” y “Daiquiri blues”, hasta aquí el público y la banda ya somos una misma tribu.
Presenta a los músicos, Toni Brunet, productor de este disco y guitarra solista, se alza como un titán, rellena todos los huecos con arreglos, solos y melodías, va cambiando de guitarras y de pedales, toca con dedos, con púa, slide, guitarra española, eléctrica, lo mismo le da, solo por su arte y maestría ya hubiese merecido la pena venir, pero es que la dupla formada por Edu Olmedo a la batería y Jacob Reguilón al bajo y contrabajo son el ritmo personificado, trabajan en el surco que dirían los bluesman.
Si el “groove” es una sensación que produce que el oído se meza como una niña en una cuna, estos dos artistas me tiene todo el concierto moviendo las piernas y el corazón.
Milimétricos en el tempo, delicados en la ejecución, nos navegan sobre ritmos funkies, souls, rokeros, de lo mejorcito que he sentido en un concierto respecto a la parte rítmica.
Las teclas son para dos fantasmas, en el buen sentido, entran y salen de las tonadas como dos espíritus libres, las envuelven con sabanas de sedosa armonía, Raúl Bernal hammond y acordeón y Cesar Pop piano eléctrico Wurlitzer, le dan ese aroma country del oeste americano.
Con esta banda nada puede salir mal, pasado el ecuador del concierto Quique comienza “Tornado” una canción tan bella como triste, el mundo está cambiando, dice, en un medio tiempo cadencioso, ni móviles ni fotos vivir el momento, se escucha.
Nos vamos adentrando en el mar y su “Salitre”, Conil de la frontera y esos vizarones marinos que sanan las pieles cuarteadas. Ovación en mitad de la canción, estamos todos flotando.
Mi compañero de asiento, Zendoa está escribiendo y me comenta que tiene el set list, me la pasa por móvil y yo se lo agradezco.
Me cuenta que tiene un podcast llamado “La ley fosfórica”: donde desgranan a fondo discos y artistas, también me invita al Macanudo un bar en Lavapies que acaba de abrir.
Es bonito percibir que, aún, a través de la música y los conciertos podemos ser mejores personas, volver a emocionarnos y a comunicarnos. Me regala una chapa guapísima y yo le regalo un cd de Elpuntomuerto grupo indie madrileño de culto.
Quique nos presenta la siguiente canción, una versión, del excelso Rafael Berrio, titulada “Considerando”, estamos ante uno de los mejores letristas en lengua castellana dice González, búsquenlo, Rafael Berrio, repite varias veces.
El concierto va flotando, no encuentro vías de agua que poder taponar o criticar, estoy disfrutando.
“La Casa de mis Padres” es el último de los temas que interpretan, antes de abandonar el escenario.
Con un fondo crepuscular pasando de rojos a morados, “Papá la casa huele a Mamá”, canta Quique, tema robusto y poderoso, aquí se nota el nivel de esta banda, potencia con control, sonido americano a la altura de la E Street Band.
El público se pone en pie, ovación rotunda, se encienden la luces, los músicos y Quique se acercan al borde del escenario y agradecen nuestra asistencia en estos tiempos tan convulsos: -Muchas gracias por ser un público tan respetuoso- espeta Quique.
Dos horas de concierto y 21 canciones preciosas, si tengo que ponerle algún pero es que Quique con la armónica, aún, tiene margen de mejora.
Le comento a Zendoa, menuda locomotora de banda que se ha traído el González, estoy con ganas de más, otra, otra, otra, clama una parroquia ya convertida a la religión de la buena música.
Regresan para acometer los bises, “Puede que me mueva” es uno de los temas del último disco que más me remueven, si el funk es el cuerpo y el soul el alma, aquí domina el espíritu sin duda, cierro los ojos y alucino con la línea de bajo y el arpegio de la guitarra española, pura crema sónica.
Para finalizar “Y los conserjes de noche” de su primer álbum discográfico “Personal” allá por 1998. La armónica y la intro de guitarra nos ponen los pelos de punta, un escalofrió recorre mi cuerpo, es la capacidad que tienen las canciones de retrotraernos a otras épocas, otros amores, otros yoes que quedaron varados en algún lugar de nuestra memoria, la breve intensidad de las primeras luces y todas las camareras que quisieron escuchar, tu siempre estabas dispuesta, la suerte es una ramera de primera calidad, así acaba Quique, y nosotros siempre dispuestos a escuchar otra más.
Comienzan a recogerse, pero la ovación es tan potente y con todo el público en pie gritando Quique, Quique, Quique, otra, otra, otra, que el madrileño visiblemente emocionado dice, que carajo, vamos a por otra, “Vidas cruzadas” para acabar, con las luces encendidas y la gente bailando de pie y coreando.
Quique y la banda lo dan todo con un final apoteósico.
Mañana, si quieren oírnos, estaremos en la Coruña, dice, pero se le acerca Toni Brunet, el guitarra, y le dice que es a Vigo a donde viajan mañana, pues yo voy a ir a la Coruña dice Quique, risas y aplausos.
Más de dos horas de buena música, muy buen sonido y la sensación de haber asistido a un concierto íntimo, pausado, donde Quique como buen orfebre sabe que menos es más, delicadez, silencios, y unos músicos superlativos.
Si en la primera canción del show decía “dame fuego, dame cine, tensión, dame pasión”, todo esto nos lo ha dado Quique y su banda, un gran relato musical de un artesano de la música.
Salgo a la calle con Zendoa, nos despedimos, ha comenzado a llover otra vez en la ciudad donde se cruzan los caminos, la gente se dispersa, los semáforos y las taxis dan color a la noche, la vida se moja sobre el asfalto.
Quique dice que el mundo está cambiando, este concierto nos ha cambiado, ahora somos mejores.