CONVERSACIONES CON ANA CURRA – Sara Morales
Un profundo repaso a una larga trayectoria artística y vital
Texto: Javi G. Espinosa
Siempre es una buena noticia cada nueva entrega de la serie Biblioteca Efe Eme, con esos acercamientos a personajes de nuestra escena musical en forma de conversaciones, descubriéndonos muchos aspectos sobre su trayectoria y sus circunstancias. Y en este caso es otra buena noticia que la autora, Sara Morales, se estrene con este, su primer libro, para adentrarnos en las vivencias y en la intimidad de Ana Curra, que ha visto aquí el momento adecuado y la complicidad ideal para abrirse y vaciarse como nunca lo había hecho. Hay cosas que cuesta contar, pero llega un momento en que es necesario sacarlas fuera, para cerrar heridas y ciclos.
El resultado es que Sara se ha acercado a Ana desde la admiración y el respeto, con el conocimiento y la curiosidad de la seguidora apasionada y de la periodista rigurosa a un mismo tiempo, en pos de la vida y milagros de Ana Curra, como artista y como persona, parte de la cual ella había guardado celosamente hasta ahora. Tanto las creencias y la religión como la ciencia y el arte han marcado su existencia y su forma de ver la vida, aunque también ha confiado siempre en su intuición y su instinto. Mística y a la vez muy terrenal, Ana va dejando pistas de sus coordenadas vitales según fluye la conversación. Desde la perspectiva que dan los años se van entendiendo mejor las cosas, y se pierden ciertos miedos. Abrir la mente y dejar de lado los prejuicios, y hasta prescindir de la razón si es preciso, dejándose guiar por esa intuición, por ese instinto, como los animales que no debemos olvidar que somos, y que no debemos dejar de ser. La evolución es necesaria, para crecer pero también para crear. «Si no hay cambio no hay arte«, sentencia Ana.
Ana Curra en directo en Berlín, 2019 (Fotos: Javi G. Espinosa)
Repasando su trayectoria vital, desde su infancia, van saliendo recuerdos sorprendentes a la vez que va descubriendo sus referentes, éticos y estéticos: lugares, personas, libros, películas… Y músicas, claro. La infancia, y la adolescencia, siempre nos marcan. Tampoco nos damos cuenta en el momento, claro, pero luego es algo evidente con el paso del tiempo. Para bien o para mal, pero te marcan. Y más si esa infancia es en un lugar como El Escorial, en la España de los 60 y primeros 70, en colegios de monjas. Luego, el paso de perder la inocencia a descubrir un mundo que llevaba demasiado tiempo siendo gris y había que pintar de colores, transgrediendo de forma instintiva y casi inconsciente, pero con esa pulsión creativa y renovadora en que cada cual aportaba su visión y gente muy distinta encontraba cauces comunes para expresarse. Entusiasmo juvenil y ganas de divertirse, sin más pretensiones que pasarlo bien haciendo cosas diferentes, aunque a veces fuera solo por el placer de provocar. Y ganas de probarlo todo, especialmente lo nuevo, lo desconocido, lo prohibido.
En esa transición de los convulsos 70 a los alegres 80 se hace especialmente patente la importancia de la imagen y de la actitud, de reafirmarse y distinguirse de los demás, y a la vez de identificarse y alinearse con algo. La estética siempre asociada a la ética. Ser lo que eres y aparentarlo, o esconderte tras un disfraz que también te acaba delatando. Diferentes opciones de manifestar cada personalidad. Jugando, pero tomando muy en serio la búsqueda de ser autosuficientes. Luego irán llegando los desengaños, las decepciones, las desilusiones, las pérdidas. La juventud puede hacernos imprudentes y temerarios, pero no nos hace invulnerables. Accidents will happen, cantaba por entonces Elvis Costello. La vida continua, y no siempre iba ser divertida, pero había que seguir adelante. Afortunadamente, la música siempre ha estado ahí para agarrarse a ella, y también la familia y el círculo más cercano, apoyos incondicionales.
Ana desmitifica constantemente La Movida, empezando por ella misma en particular pero haciéndolo extensivo a todo lo que ocurrió en la época: no fue oro todo lo que ahora quieren hacer creer que relucía, ni fue algo premeditado ni orquestado con aspiraciones de triunfar ni trascender. Precisamente cuando, de alguna manera, se quiso institucionalizar y dirigir todo aquello fue cuando ese heterogéneo movimiento perdió su frescura, empezó su decadencia y se agotó, cumpliendo su ciclo y dando paso a lo que vino después. Y después vendrían muchos altos y bajos, luces y sombras, descensos a los abismos y resurgimientos redentores. Puntos y aparte necesarios para avanzar, para sobrevivir. Porque hay que seguir estando vivos, sabiendo mirar hacia adelante, y a veces también hacia atrás. La memoria puede ser borrosa, y hasta dolorosa, pero es importante no olvidar, aprender de lo vivido y seguir encontrando caminos vitales.
Un viaje intenso y honesto en el que las conversaciones van fluyendo, a veces derivando hacia cauces imprevistos, pero manteniendo siempre el interés del lector. Hay ratos en los que hasta te ves sentado ahí, junto a ellas, escuchando, sin decir una palabra, pendiente de su conversación. Sin molestar, como si no estuvieras… Aunque dan también ganas de entrar en ese diálogo y participar, y ahondar en esa apasionante existencia. Porque de alguna manera este libro consigue eso: que te sientas parte de esas confidencias, de ese testimonio de primera mano, que parezca que estabas allí mientras están charlando, testigo mudo de una especie de testamento vital que Ana ha creído conveniente hacer, y ha encontrado con quién hacerlo.