SOFIA COMAS
Sonoridades hipnóticas para sentirlas y disfrutarlas
Texto y fotos: Javi G. Espinosa
Más de un año y medio ha pasado desde la última vez que estuvimos en la sala El Sol, y ya iba siendo hora de volver. Aunque ya se han celebrado allí unos cuantos conciertos en los últimos meses, aún no habíamos encontrado la ocasión de acudir a ninguno, pero por fin llegó el día. Mejor dicho, la noche. Porque el horario al menos ya vuelve a ser el que era habitual, abriendo puertas a las diez para empezar sobre las diez y media, dado que los horarios de apertura ya son más o menos los que había antes. Eso sí, la supuesta libertad de aforo recientemente anunciada se ve drásticamente limitada por la obligación de tener que seguir estando sentados y separados, algo que sigue lastrando el esfuerzo y la ilusión de quienes tienen que organizar todo, sobrellevando esta situación. Aún así, había muchas ganas y mucha expectación, y una alegría general que a pesar de tener que ser un poco contenida era más que evidente.
Una vez dicho todo esto, vamos con lo que realmente veníamos a contar, que es la cita con Sofía Comas. Pocas semanas antes del confinamiento ya pudimos disfrutarla en solitario presentando las canciones de su disco «El verano será eterno«. En esta ocasión salió también ella sola a escena, abriendo el recital con su voz casi desnuda, aunque luego estuviera acompañada durante el resto de la velada por Paula Vegas a los teclados, en el formato de dúo que actualmente es el habitual en sus conciertos. Poemas de Machado y de Lorca se fueron fundiendo con sus propias composiciones, mezclando texturas electrónicas con otras más orgánicas, en una apuesta íntima y personal que lleva su sello inconfundible. Y es que Sofía es capaz de crear sonidos hipnóticos, lo mismo cantando que con un teclado, o hasta con un sencillo pandero, algo que no es nada fácil de conseguir.
La cercanía y la sencillez de Sofía se hacen patentes en la distancia corta, jugando con las sonoridades y los tempos para crear atmósferas sonoras muy particulares, iluminando espacios oscuros con destellos de luz y esperanza. En la parte final del concierto subió al escenario otra amiga, Irene Novoa, sumando su voz y su presencia en una breve pero intensa velada que acabó con las tres de nuevo en escena, interpretando a capella una inesperada y emocionante versión de «La Martiniana» con el apoyo y la complicidad de toda la concurrencia, a la que aleccionaron para que les acompañase con sus voces y sus palmas. Un precioso remate para una noche llena de sentimiento, en la que volvimos a ver cómo Sofía nos conmueve con esa aparente fragilidad que, sin embargo, con apenas un susurro es capaz de mover montañas.