ROCKY HORROR SHOW
Divertidísima y fidedigna recreación de un clásico
Una vez más (y ya van unos cuantos años haciéndolo de manera, digamos, oficial y autorizada) Rocky Horror Spain nos trae a los escenarios madrileños la hilarante y delirante pesadilla de Brad y Janet en la temible pero adorable compañía del Doctor Frank’N’Furter y sus secuaces, ese clásico del teatro primero y del cine después que lleva más de cuarenta años cautivando ininterrumpidamente a generaciones de incondicionales que, a pesar de su ya lejano estreno, siguen hoy en día acudiendo semana tras semana y en diferentes partes del planeta a participar en este iconoclasta espectáculo musical.
Las cuatro funciones programadas se han prorrogado ante la demanda de entradas, agotando las localidades de cada pase anunciado. Y quizá el más especial de todos fuera el de la Noche de Difuntos, donde intérpretes y público se confundían más aún de lo habitual: en la antigua sala de fiestas situada en los bajos del Palacio de la Prensa se daban cita toda clase de freaks, espectros y otras criaturas de la noche con ganas de pasarlo bien.
Y puntualmente, a medianoche dio comienzo la representación: un pre-presentador anuncia al presentador, que nos pone en situación añadiendo a la universal historia la cercanía de algún guiño local para conseguir desde el primer momento la complicidad de la audiencia. Espectacular el comienzo, con el tema introductorio que todos recordamos cantado por una enorme boca flotando en la oscuridad y que aquí podemos disfrutar en la magnífica voz de una hermosa y rotunda actriz de cuerpo entero que solo con esta breve intervención ya justificaría sobradamente su presencia, y hasta una buena parte de la función.
Si el arranque resulta impactante el nivel no decae al ir haciendo aparición el resto de personajes y participantes, desde los músicos (en un discreto segundo plano, al fondo del escenario, casi escondidos y a ratos ocultos tras un telón) hasta los ubicuos e incansables bailarines. Destaca entre todo el elenco su protagonista, bordando el papel del extravagante y travestido doctor con su presencia y su voz – y eso que su entrada en escena quedó anecdóticamente lastrada por problemas de sonido con el micro, pero demostró tener tablas de sobra para sobreponerse sin distracciones a pequeños imprevistos como ese.
Muy convincente también resulta la (in)feliz parejita en su progresiva adaptación a las inesperadas e increíbles circunstancias, así como los inquietantes y singulares sirvientes del doctor, y también Rocky, la apolínea criatura creada por el pervertido científico para saciar sus instintos. Dignos de mención resultan asimismo el elegante narrador de toda esta agitada peripecia y, cómo no, el malogrado Eddie, cuya corta y dramática presencia no podemos evitar que nos traiga el recuerdo del memorable papel que Meat Loaf hacía en la película, pero sin tener que echarle de menos (bueno, quizá unos vientos recreando aquel inolvidable solo de saxo sí se hubiesen agradecido, pero no es cuestión de pedir peras al olmo ni de entrar en comparaciones que no tendrían razón de ser).
Y no son destacables solamente las interpretaciones: hay que valorar el buen trabajo de maquillaje y caracterización, incluido el vestuario, que logra dar una identidad propia y personal entre a las numerosas puestas en escena creadas a partir de los originales. Además, se agradece mucho que la partitura musical se interprete en directo, evitando ese efecto karaoke que se produce cuando los actores cantan sobre música enlatada (no hablemos ya de cuando simplemente hacen playback). Es también un detalle que, puesto que – muy cabalmente – se respetan todas las canciones originales en inglés, se proyecten a la vez los correspondientes subtítulos sobre el escenario para que todo el mundo pueda seguir sin problemas el hilo de la obra.
Al público desde luego no le costó engancharse al carro del despreocupado divertimento que básicamente propone esta historia, cada cual en la medida de su conocimiento y su implicación con la trama y los personajes – todo ello facilitado con la distribución de kits de participación (proporcionados por un módico precio durante toda la función), con los que algunos no terminaban de aclararse entre pistolas de agua, periódicos, naipes, confeti… Pero tampoco importaba eso demasiado: aquí se venía a divertirse sin más pretensiones, a disfrutar de un rato de inofensiva locura y sano desenfreno junto a una maravillosa reunión de alegres y entusiastas artistas de diferentes disciplinas y procedencias, pero todos con un indudable talento y unidos por una irrefrenable y muy saludable atracción hacia las historias de serie B, el cabaret, la danza, el rock y, en general, hacia el sentido del humor, la libertad de expresión y la falta de prejuicios.
Benditos sean, y que nos sigan arrastrando en su maravilloso delirio muchos años más.
(PD: A pesar de lo inicialmente acordado, finalmente no se nos permitió tomar imágenes durante la representación, por lo que lamentamos no poder acompañar nuestra reseña con nuestras propias fotos, como habitualmente hacemos y como esta ocasión también merecía. Respetamos la decisión, pero esperemos que la próxima vez no se produzcan estos desafortunados malentendidos y podamos ofreceros también esa parte visual del relato, algo poco menos que imprescindible en un espectáculo como éste.)