DCODE 2015

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Punto y final a un verano de festivales

Viernes 11 de septiembre. 23:32. Estas son la hora y la fecha que figuran en mi bandaja de entrada. El remitente: Dcode. Una hora lo suficientemente tardía como para que este solitario redactor (nuestro fotógrafo se enteró a una hora similar de que no le había sido concedida la acreditación) se percatara de que podría (y debería, así de serios somos nosotros) cubrir el evento a la mañana siguiente. Visto que la organización no tenía mucho interés en que redactores y periodistas cubrieran su evento, decidí tomármelo yo también con calma, por lo que esta crónica se ocupará únicamente de la segunda mitad de este madrugador festival que dio comienzo a sus actuaciones a las doce del mediodía con el cartel de no hay entradas colgado en la puerta.

Mi Dcode particular comenzó, pues, con la actuación de The Hinds, grupo que vio retrasada su actuación un par de horas debido a no sé qué problema aeroportuario. Ellas lo explicaron, por supuesto, pero llevaban un rato sonando tan monótonas que, para entonces, yo ya había desconectado. El precio de la cerveza (a 9 euros los tres cuartos de litro) tampoco ayudaba a concentrarse. Que esta deshorbitada cifra (algo más comprensible en salas) se haya estandarizado no debe disuadirnos de seguir denunciando semejante barrabasada, injustificable en un festival de veintiseis mil personas en el que, además, no se podía salir desde las cuatro de la tarde. Una medida que, por cierto, debería empezar a ser considerada secuestro. O algo.

Los primeros en sorprender, instalados en el tercer escenario, fueron The Unfinished Sympathy. Los catalanes han decidido quitarle la lápida a la tumba en que se metieron en 2010 y volver a subirse a los escenarios para seguir ofreciendo su rockera versión de las cosas. Impecables sonaron los chicos de Èric Fuentes recordando sus viejos temas. Esperemos que dure el reencuentro y que vuelvan pronto a meterse en el estudio.

The Vaccines, que siguen incansables paseando se celebrado English Graffiti, ofrecieron el primer gran concierto de la noche. El superpoblado festival tuvo ocasión entonces, a eso de las nueve de la noche, de saltar y corear al unísino los primeros himnos de estadio. A saber: Post break up sex y, por supuesto, If you wanna, en versión especialmente guitarrera. La cosa empezaba a ponerse interesante. La cancelación de Sam Smith (aún me pregunto qué hacía ese señor encabezando el cartel) nos permitió escuchar a L.A. en prime time. Un horario para el que, en mi humilde opinión, aún le faltan canciones, pero vista cuál era la alternativa, bienvenido sea. No suena nada mal su nuevo (y norteamericano) From the city to the ocean side y su derroche de actitud es encomiable.

Mientras Supersubmarina desgranaba su pop post-adolescente en el escenario contiguo, nos preparamos para escuchar el que a la postre resultó ser el gran concierto de la noche: Suede. Brett Anderson y compañía, una vez superados toda clase de avatares, drogas incluidas, han vuelto con casi tanta fuerza como en sus orígenes. Con un setlist diseñado con inteligencia, los ingleses consiguieron impresionar a propios y extraños (mayoría, diría, de estos últimos) y, lo más importante, que el ritmo no decayera en ningún momento, que su actuación no se conviriera en un bodrio salpicado ocasionalmente con algún hit. Consiguieron convencer con los temas menos conocidos (tema acústico incluido) e impresionar con las interpretaciones de los clásicos: So young, Animal nitrate o, por supuesto, The beautiful ones. Un concierto, en definitiva, de esos que justifican por sí solos un festival.

Con Izal llegó la hora de la cena. Un momento, por cierto, muy bien elegido, ya que los madrileños arrastraron consigo, como vienen haciendo desde hace tiempo, a una gran multitud que liberó los baños y los puestos de comida de las grandes, en ocasiones excesivas, colas que venían sufriendo. Les alabamos el éxito. El gusto ya es otra cosa.

Foals, último gran concierto antes del win-win al que juegan Crystal Fighters, decidieron pasearse sobre el alambre. ¿Y qué quiere decir esto? Pues muy fácil, que los chicos de Oxford sonaron estupendamente, pero apostaron (a las dos de la mañana) por un concierto tranquilote, lleno de intensidad sonora pero falto por momentos de ritmo. ¿Y qué quiere decir esto? Pues muy fácil, que los chicos de Oxford convencieron a los ya convencidos pero dejaron un poco fríos a los menos acérrimos. Otro setlist (que lo tienen) hubiera sido tal vez más adecuado a semejantes horas de la madrugadda y, sobre todo, después de catorce horas de festival. No obstante, es innegable que su nuevo disco, What went down, es una joya, y como tal sonaron los nuevos temas sobre el césped de Cantarranas. Sobrecogedora, como siempre, la interpretación de Spanish Sahara.

Y, para terminar, Crystal Fighters, con cuya actuación este redactor decidió tomar las de Villadiego y ahorrarse el caótico éxodo que, al parecer, sufrieron los buenos aficionados que decidieron aguantar hasta el final. Nosotros, eficientes, te dejamos si te apetece con la última crónica que les escribimos a los de Londres: la del concierto que ofrecieron en La Riviera.

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