MANOS DE TOPO
Estrambótico amor inevitable
Miguel Ángel Blanca solloza, llora, se lamenta, ríe, grita, suspira y, ocasionalmente y durante brevísimos periodos de tiempo (digamos lo que tarda un bosón de Higgs en desintegrarse) incluso canta. A ratos agrada y a ratos, cierto, cansa, pero rara vez aburre, y eso es un tremendo mérito para alguien empeñado de forma innegociable en gimotear frente al micrófono. Y ya van cuatro discos.
En cualquier caso, y he aquí la cuestión, mucho mejor gimotear frente al micrófono que frente al papel en blanco, porque esa es la opción del grupo catalán: convertirse en el principal grupo de la oposición a la marea de escritorzuelos (autodenominados o no) indies empeñados en musicar sus cuitas amorosas, esos trovadores de penas armados con guitarras, sintetizadores y una voz límpida y pura para que nos quede bien clarito hasta el último y más trillado de sus hondos pesares.
El quinteto liderado por Blanca quiere, como aseguraba en un pequeño texto promocional de su último disco “andar nuevos caminos, crear senderos diminutos al margen de las rutas sentimentales oficiales” y eso, justamente eso, es lo que llevan haciendo desde que publicaran “Ortopedias bonitas”, su primer disco, e incluso antes, cuando, en su época de estudiantes, comenzaron a foguearse y probar fortuna (o echar el rato) en los locales de Barcelona. Poner negro sobre blanco todo lo que de ridículo tiene nuestra forma de enfrentarnos al amor y a las relaciones de pareja y colorearlo con el esperpento en el que no pocas veces se convierten los vínculos físicos y sentimentales que insistimos en establecer con otros seres humanos, ya sean estos temporales o más duraderos. Levantar ampollas y aliviarlas con humor.
La excusa con la que se presentaron en la sala El Sol el pasado jueves fue Caminitos del deseo, su último trabajo, publicado el pasado noviembre y el primero autoeditado tras finiquitar su relación con el sello barcelonés Sones. A pesar de ello, lo cierto es que la lista de canciones que presentaron mantuvo un equilibrio casi perfecto entre su cuatro discos, con amplia representación de todos ellos:
El cartero, Es feo, Morir de celos, La estatua de la libertad (de “Ortopedias bonitas”), El pollo frito, Libros de autoayuda, Aeropuertos de segunda y Lógico que salga mal (de “El primero era mejor”), Animal de compañía, Tus siete diferencias, Tragedia en el servicio de señoras, Maquillarse un antifaz y Mejor sin pijama (de “Escapar con el anticiclón, y volver con la boca roja”) y Collar de macarrones, Ingeniería nupcial, Islas de luz, Tus bombas del liceo, Bragas bandera, Abríguense los solteros y Fantasmas de tus agujeros (del citado “Caminitos del deseo”).
“Durante las dos próximas horas, nadie os quiere más que Manos de topo. Ni vuestras madres”, aseguró el cantante a la concurrencia que, tras vender todo el papel, abarrotaba el local. Y fue cierto y así hubimos de creerlo tras casi dos horas en las que el quinteto liderado por Miguel Ángel Blanca (en el que la formación clásica del grupo rock se ve modificada y enriquecida con la presencia de Sara Fontán al violín y Alejandro Marzoa cambiando ocasionalmente el teclado por el metalófono) no quiso dejarse nada en el tintero, ni canciones ni entrega. A la manera de Manos de topo, claro. Nombre propio y mayúsculo entre todos aquellos artistas que no cejan en su empeño de salirse de los caminos marcados, aunque tengan que andar solos durante un, o mucho, tiempo.