THE DELTA SAINTS
Jóvenes prodigiosos
El quinteto de Nashville ha venido por tercera vez a Madrid para deleitarnos con un directo potente con toques de rock, blues, e incluso country. Una gran noche en que la auténtica protagonista fue la música con mayúsculas.
The Delta Saints es un grupo de blues-rock formado en el año 2007 cuando sus miembros fundadores se conocieron en la universidad y decidieron juntarse para tocar en directo, sin más pretensiones. Ellos eran Ben Riegel a la voz y la guitarra, Greg Hommert a la armónica, Dylan Fitch a la guitarra eléctrica, David Supica al bajo y Ben Azzi a la batería. Sus conciertos tuvieron tal éxito que les llevaron a la grabación de los EPs Pray On y A Bird Called Angola en el año 2010, así como al inicio de una extensa gira por América y Europa. Gracias al “crowdfunding” en el 2013 publicaron su primer disco de larga duración, Death Letter Jubilee (2013), el cual nos están presentando en su gira actual. ¿El secreto de su éxito? Las ganas que le ponen en sus directos, así como la excepcional calidad de estos músicos tan jóvenes.
La Sala El Sol abrió sus puertas a las diez de la noche y el público, que había estado esperando pacientemente junto al número 3 de la calle Jardines, fue entrando en el local hasta llenarlo. Justo media hora después los cinco miembros de The Delta Saints saltaron al escenario, donde la armónica de Greg Hommert, aparentemente alejado de la música por una enfermedad, fue sustituida por el órgano de Nate Kremer.
Al frente del escenario se hallaba Ben Riegel, que tiene sin duda una gran voz, pese a lo cual nunca intenta llevarse el protagonismo, echándose a un lado en más de una ocasión para que sus compañeros pudieran desarrollar largas secuencias instrumentales, destacando varios solos del teclista y el guitarrista. Venía con una camisa que dejaba entrever sus tatuajes y que acabó completamente empapada de sudor. A su izquierda tenía a David Supica, caracterizado sin duda por las rastas, y que cumplía un papel discreto a su bajo. Al otro lado del cantante quizás el músico más destacado del grupo, Dylan Fitch, cuyo dominio de la guitarra eléctrica, que pudo demostrarnos en numerosas ocasiones, nos dejó con la boca abierta. También era el más hippie del grupo, con su camisa blanca y el colgante indio que llevaba. Al fondo del escenario, Ben Azzi a la batería, con la visera de la gorra echada hacia atrás y siempre muy animado. Finalmente, Nate Kremer a la izquierda del escenario, con su sombrero, su pelo largo y la barba.
Durante los más de noventa minutos que duró el concierto, los cinco miembros del grupo no nos dieron tregua. Nos tocaron grandes temas de su último disco tales como Drink it Slow, Chicago, Sing to Me, Boogie o, sin duda, su Dead Letter Jubilee. También aprovecharon la oportunidad para presentarnos canciones nuevas como Satisfy, Sometimes I worry, o Get Up, que no hacen más que incidir en el hecho de que estamos ante una banda sólida con gran proyección de futuro. Se atrevieron a hacernos una versión bastante digna del Crazy de Gnarls Barkley y acabaron la parte oficial de su concierto con Take me Home cuando estábamos al filo de la media noche. Sin embargo, no pudieron irse sin hacernos un bis con otras tres canciones, la primera de las cuales fue un auténtico acústico, en el que renunciaron a los micrófonos para tocarnos un tema country con dos guitarras y las voces del guitarrista, el teclista y el cantante. A este tema le siguieron su Momma, donde el público acabó coreando con ellos. De hecho, pretendían despedirse con él, pero tuvieron que volver al escenario para tocarnos una versión acelerada del The Devil’s Creek con el que nos dijeron adiós, dejándonos un muy buen sabor de boca.