SON ESTRELLA GALICIA PRESENTA: CASS MCCOMBS
El jinete eléctrico
La noche empezaba con Frank Fairfield, un hombre de otro siglo que impartió una verdadera clase de historia en lo que a cultura musical americana se refiere. Sentado en una silla, sin mayor necesidad de un violín, un banjo y una guitarra, regaló a la audiencia canciones emocionantes, añejas, de esas que parecen estar escritas en los ojos de los más ancianos del lugar.
Volvió el siglo XXI y con él la incertidumbre ya que, ateniéndonos a los tres últimos trabajos de Cass Mccombs (Wit´s end, Humor risk y Big Wheel and others), cabía esperar cualquier tipo de concierto. Y es que, sin ir más lejos, la última de las referencias (Big Wheel and others) la componen una veintena de composiciones en las que se reparten, a partes iguales, tanto desarrollos acústicos como rabiosas muestras de pop ruidoso. Todo ello, claro está, envuelto en una atmósfera tan delicada como elegante.
El comienzo del show evidenció esa separación entre el intimismo más delicado y el hedonismo eléctrico (la temperatura musical que separa Angel blood de Big Wheel es bastante considerable). Bien es cierto que, durante la primera parte del concierto, los temas, más que crepusculares sonaban algo fríos. Cass Mccombs, en directo, es un tipo bastante distante, de los que va a lo suyo. Prefiere estar mirando durante cinco minutos al batería para que siga el ritmo a dedicar sobreesfuerzos en la interpretación de las canciones. Es de los que quieren que la canción sea interpretada a la perfección. Y es por ello que a nivel musical, el público asistió a un concierto brillante.
Durante esta primera parte del show, en la que Mccombs desgranó bastante del repertorio referido a su último trabajo, acabé reparando en una cosa en la que, sinceramente, no había caído. No son pocas las referencias que sitúan a Mccombs como uno del millón de hijos bastardos de Gram Parsons y puede que no estén equivocados, básicamente porque todos los caminos llevan a Joshua Tree. Pero, durante esta primera fase del concierto, la canallesca contenida, me hizo recordar mucho más a Lou Reed, como ese trovador del underground sabedor de sus cualidades y sus atractivos.
El ambiente se fue cargando de decibelios inteligentes y entonces sí se abrió la puerta. Hay muchísimas canciones buenas en el repertorio de Mccombs, muchísimas, pero para un servidor, sin duda, las que más destacan son aquellas que dejan entrever una sombra salvaje detrás de los ritmos preciosistas. Son esas melodías, en principio pop, que guardan momentos épicos, desgarradores, entre la calma chicha melódica. Sirva la maravillosa Lionkiller como ejemplo. Mr. Mccombs se fue quitando uno a uno todos los disfraces sonoros que le caracterizan hasta que, finalmente, ya desnudo, cerró con County line una actuación que fue de menos a más.
Parece el californiano un huidizo intérprete que quiere abandonar un camino antes incluso de llegar al propio destino, como negándose la mirada en el espejo. Quiere ser, y lo es, una suerte de jinete eléctrico que dispara al aire melodías de muy diferente índole. A veces te salvas y te pasan rozando, pero cuando te aciertan, créanme, aciertan donde más duele.