NASHVILLE PUSSY – Up the dosage

Octavo álbum de estudio (undécimo si contamos los directos) de la banda de Atlanta, Georgia, Nashville Pussy, consistente en una nueva entrega de esa apología de drogas, sexo, alcohol y rock’n’roll que son los mensajes contenidos en sus composiciones.

Básicamente, estamos ante una banda de rock sureño pasado de vueltas, más cercano al metal que otra cosa, dada la estructura de batería, bajo y dos guitarras, que los alejan de los estereotipos Lynyrd Skynyrd o Charlie Daniels Band, al carecer de teclados, violines u otra parafernalia sonora. Sólo hard rock y nada más, salvo algún guiño. Eso sí, la idea sí mama del ambiente de la zona: tufillo country por momentos (en el buen sentido), y ese ritmillo tan característico de lo que se dio en llamar en su momento rock sureño, por sonar más cercano al blues y tal, que lo que se hacía en el norte o en la costa oeste.

Sin entrar en si son muy partidarios o no de la democracia como sistema y de la igualdad como principio, la verdad es que Nashville Pussy sí respeta la cuota femenina: al vocalista y guitarra Blaine Cartwright le acompañan la supermaciza guitarra solista Ruyter Suys (su mujer, yo de ser tú no le echaría la caña) y la bajista Bonnie Buitrago (reciente incorporación tras el abandono de Karen Cuda en 2011), además del batería fijo de la banda Jeremy Thompson. Total, dos y dos, fíjate. Eso sí, la puesta en escena no puede ser más machista. Ver fotos en el intelné, si no.

El disco es un paquete compacto de trece temas muy rockeros, que recuerdan sobre todo las cosas más marchosas de Lynyrd Skynyrd, Bob Seger o Molly Hatchet, por citar unos ejemplos, con tintes de heavy metal, aportados sobre todo por el sonido de la solista Ruyter Suys, estridente. En general, el nivel es alto, premiando la fiesta por encima de cualquier otra consideración: Everybody’s fault but mine, The South’s too fat to rise again (¿declaración de principios?) y Spent son claros ejemplos de lo que esta gente hace para que te muevas.

También podemos encontrar claras influencias de AC/DC (voz aparte), como en los sugerentes títulos Up the dosage y Pussy’s not a dirty word (más explícitos que sugerentes, en realidad), y estilos más heavies, como la rapidísima Rub it to death o White and loud, compuesta por Suys, muy metal, que además viene precedida por un interludio de menos de un minuto (Taking it easy) en que canta ella, en plan Girlschool.

La línea del resto del álbum, compuesto en su mayoría por Cartwright (con tres temas en colaboración con Eddie Spaghetti, de Supersucks) es similar, con otras piezas como Till the meat falls off the bone, el medio tiempo Before the drugs wear off, o Pillbilly blues. La única salvedad a toda esta orgía de ruido, caña y marcha es una sorprendente composición acústica, con el espatarrante título de Hooray for cocaine, hooray for Tennessee, planteada como un tema country-bluegrass, con su dobro, su mandolina y tal.

¿Aún no estás convencido? Si quieres rock’n’roll sin palitivos, Nashville Pussy es una de tus mejores opciones ahora mismo.