JOHN GRANT
El hombre que llegó del frío
Ahora, sí. Sin el corsé festivalero, con todo el escenario para él, un frío helador fuera y, por tanto, gente predispuesta a que la hicieran entrar en calor, John Grant triunfó sin ambages la semana pasada en Madrid.
Los que tuvimos la oportunidad de verle en su anterior visita a la capital del Estado (con motivo del festival D-CODE) disfrutamos del concierto, sin duda, pero desde luego yo (y pienso que algunos seguidores más) no pudimos evitar un “Sí, pero…” que, por el contrario, ni se atrevió a asomar el jueves pasado. Esta vez fue un sí y punto.
La música del americano afincado en Islandia funciona mejor, opino, en ambientes más íntimos, cercanos y, si es posible, a media luz. Un entorno a juego con sus canciones. La sala Joy Eslava ofrece todo esto y si, además, se puebla con un público entregado, difícil hubiera sido que la cosa saliera mal a poco que John Grant pusiera algo de su parte, y doy fe de que lo puso. No colgó el cartel de completo, es cierto, pero la entrada fue más que aceptable y el cantante se encargó de llenar con su voz y su sintetizador (“El mejor aparato jamás construido”, por decirlo con sus propias palabras) los pocos huecos que quedaron.
Aquellos que hayan escuchado su último trabajo (Pale Green Ghosts. Si sus revistas o webs de referencia no lo incluyen entre los mejores discos del 2013, dejen de leerlos) pero no hayan tenido la oportunidad de asistir todavía a ninguno de sus conciertos se sorprenderán (quizá) al saber que se presenta en formación de sexteto, lo que, como no puede ser de otra manera, se deja notar en cada canción. Sin perder la identidad que Grant quiso darles al publicarlas en plástico, resulta evidente que, en este nuevo formato, suenan mucho más redondas, con más cuerpo. Y eso siempre es de agradecer.
Vino con ganas y se mostró amable, agradecido de que un buen puñado de personas hubiera hecho el esfuerzo de comprar una entrada, e incluso hablador, sin perder ocasión de poner en práctica su español, bastante fluido, por cierto. A pesar de que los promotores insisten en que el motivo del concierto era la presentación de su último disco, lo cierto es que siete de las dieciséis canciones que eligió (incluyendo las tres últimas de la noche: Chicken bones, TC and honeybear y Caramel) pertenecen a Queen of Denmark, su primer largo tras la disolución de The Czars. Repertorio elegido con toda lógica ya que ambos trabajos siguen una misma línea estilística y argumental: “el dolor de ser humanos” por tomar de nuevo las palabras que el propio cantante empleó para describir uno de sus temas y que yo aplico aquí de forma general a su trabajo.
Abrió con You don’t have to y Vietnam, dos temas de Pale Green Ghosts con papel protagonista del sintetizador que se prestan (y así lo hizo John Grant) a esos bailecitos entre lo robótico y lo espasmódico cuyo exponente máximo es (y probablemente seguirá siendo) Tom Yorke. Tras ellas llegaron I wanna go to Marz e It doesn’t matter, cortes mucho más líricos que los precedentes. Si me detengo más de lo estrictamente necesario en describir el comienzo es porque resulta una aproximación bastante exacta a lo que fue el concierto en su totalidad: una permanente oscilación entre lirismo y electrónica. Piano y sintetizador unidos por el hilo conductor de la poderosa voz de Grant.
Habría que hablar de la enorme GMF y su irónica (y brillante) letra, o de Glacier, sobrecogedora hasta el extremo, pero en realidad yo me quiero ir a dormir ya y, total, con más o menos palabras solo quiero transmitirles una idea con esta crónica: si no lo han hecho aún, vayan a ver a John Grant.