STEVEN WILSON
Monumento sonoro en Madrid
El pasado viernes se presentó, por fin, en Madrid Steven Wilson (Porcupine Tree, Blackfield, No-Man, Bass Communion, Storm Corrosion… entre otros, e imposible decir cuáles de estas formaciones son historia y cuáles no). Lo hizo en un recinto poco habitual (el auditorio del, valga la redundancia, Hotel Auditorium, situado en eso que las agencias de viaje con pocos escrúpulos denominan “city limit” y el ciudadano de a pie “a tomar por culo”) pero muy adecuado a sus propósitos: aplicar correcta y completamente el montaje visual del que se sirve en esta gira y buscar la excelencia en el sonido.
El espectáculo comienza con la proyección de un cortometraje del que, lamentablemente, no puedo decir demasiado ya que no pude verlo entero. Me atrevo a comentar, eso sí, que, aunque la temática es diferente, parece rodado bajo el mismo impulso creativo que Otoño en Kosovo y que no va a ser nominado a mejor corto de acción en festival alguno. Un músico callejero (el mismo Steven Wilson, aunque oculto bajo una bufanda y un pesado abrigo) se prepara en su esquina de siempre para tocar. Cuando termina finalmente de afinar y se dispone a empezar con la primera canción, el Steven Wilson de carne y hueso hace acto de presencia y su guitarra se superpone a la de la pantalla. Comienza el show.
Entrando en lo estrictamente musical, es curioso (o no) que el concierto se abra y se cierre con temas de Porcupine Tree (Trains el primero, Radioactive toy el último). Una forma, se me ocurre (y teniendo en cuenta que las concesiones a proyectos anteriores suelen colarse en mitad de las actuaciones), de reivindicar que aquel legendario grupo era un proyecto tan propio y personal como el que lleva defendiendo desde hace tres discos con su nombre de pila.
Tras la interpretación en acústico y a solas de Trains, llegó la magnífica Luminol, tema que abre su último largo: The raven that refused to sing. Aquí las críticas, la mía por supuesto pero me atrevería a decir que casi cualquier otra, comienzan a flaquear. No hay manera de explicar la superposición de texturas, es imposible transmitir la densidad y la fuerza y resulta difícil, también, que el lector entienda que la banda del inglés suena con la misma precisión y rotundidad que la sinfónica de Berlín. Pues eso.
Después llegó Postcard. Y después The holy drinker. Y después Drive home. Podría haber terminado de tocar ésta última, haber recogido los bártulos y haberse marchado por donde había venido. El público se hubiera quejado, pero habría sido más que suficiente para que la actuación de londinense se convirtiera en una de las mejores de la temporada. Sin embargo, todavía quedaba más de una hora. Theo Travis, como el resto de sus compañeros terminaría haciendo a lo largo de la noche, ya se había ganado una estatua para entonces.
Me apetece destacar el hecho (y me gustaría saber si es premeditado o casual, aunque sospecho que no) de que todos los instrumentos de los que se valió el señor Travis (flauta travesera, saxofón, clarinete) son de viento madera, lo que ofrece un contraste muy interesante de suavidad en una banda que se apoya con frecuencia en desarrollos metaleros y contundentes.
La primera parte del concierto se cerró con un tema inédito. Una canción larga (innominada o, por mejor decir, con un nombre diferente cada noche), estructurada en dos partes bien diferenciadas con un punteo de guitarra como único puente entre ellas y que viene a decirnos, entre otras cosas, que el próximo álbum seguirá la senda de su último elepé.
Telón.
Telón, sí. Pero al ritmo de The watchmaker. A partir de ese momento el grupo quedó encajonado entre la pantalla trasera y una tela translúcida sobre la que se fueron proyectando diversos vídeos. Metraje, por cierto, de una gran calidad visual y artística. Lejos de las imágenes o, directamente, luces de relleno con los que algunos grupos tratan, en el mejor de los casos, de entretenernos o, en el peor, de disimular sus vergüenzas). Todo en esta segunda parte, visual y musicalmente, apuntaba hacia una misma dirección, tenía una meta lógica: The raven that refused to sing. Videoclip y canción de la que deberían ustedes disfrutar sin más tardanza. Para entonces el telón delantero, que duró tres canciones (también interpretó tras él Index y Sectarian), ya había caído y el público (invitado por el propio Steven Wilson) se agolpaba frente al escenario en el poco espacio disponible hasta la primera fila de butacas.
Antes de cerrar el círculo volviendo a Porcupine Tree, aún hubo tiempo para un tema inédito más, con título fijo este sí: Happy returns, composición menos compleja que las de su último trabajo y que sirvió de enlace entre The raven… y Radioactive toy.
La semana vino fuerte con Pixies y Suede, pero lo de Steven Wilson fue, sencillamente, monumental.
No me alargo más. Aquí va, en fin, mi propuesta para cuando tengamos un Ministro de Educación: un DVD con una actuación en directo de Steven Wilson en cada sala de ensayo de cada casa de la juventud de este país. He dicho.
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