THE MICHAEL SCHENKER GROUP

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Michael recupera lo mejor de su pasado

Ya no es aquel jovencísimo chavalito alemán que a principios de los 70 deslumbraba con su rubia melena y su manera de tocar la guitarra, claro; pero para el tiempo que ha pasado desde entonces y – sobre todo – a pesar de los numerosos y serios problemas personales que le dejaron bastante tocado unos años atrás, le encontré con mucho mejor aspecto de lo que me temía. Bajo su ya habitual gorrito y enfundado en su característica chupa remangada (no sé como coño aguanta todo eso sin deshidratarse bajo los focos, el tío…) pudimos ver a un Michael Schenker en bastante buena forma que no aparenta haber cumplido ya 55 años – de los cuales lleva casi cuarenta siendo considerado uno de los mejores guitarristas de rock, algo de lo que muy pocos pueden presumir.

Con la sombra de fallidas visitas pasadas rondándome, acudía con cierto recelo a la cita pero tenía la esperanza de ver al menos algo digno de una leyenda como es Michael Schenker, rodeado por varios compañeros de los viejos buenos tiempos en esta gira celebración del 30 aniversario de su MSG donde recupera los temas clásicos de su época dorada – básicamente, la primera mitad de los 80. Y lo hace como decimos muy bien acompañado por el cantante más representativo de esa época, Gary Barden (lo siento por Graham Bonet, pero claramente es así), junto al bajista Chris Glen, Wayne Findlay alternando la guitarra rítmica con los teclados y un poderosísimo Chris Slade a la batería.

Hubo que esperar un poco a que se fuera llenando la sala para que se decidieran a comenzar el concierto, pero al fin lo hicieron arrancando con “Armed and Ready” y despertando la entusiasta respuesta de la concurrencia; y al acabar la canción, de repente, un parón y los músicos se van del escenario. Por unos momentos hubo un ligero desconcierto, y hasta volvió a sonar la música de la sala, haciendo temer lo peor; pero a los pocos minutos se había resuelto el problema (al parecer con la guitarra de Michael, aunque no me quedó muy claro) y se retomó ese comienzo al estilo del directo en el Budokan con “Cry for the Nations”. Parecía que la cosa iba adelante, y aunque el sonido no terminaba de acompañar, íbamos viendo como se engrasaba la maquinaria del MSG.

La voz de Gary no es ni mucho menos la de entonces, pero para los que tampoco echamos demasiado de menos aquellos agudos sostenidos nos resulta suficiente con que pueda mantenerla hasta el final de las canciones, aunque sea unas octavas más baja; dejó cantar al público todo lo que quiso y más, pero dio el tipo con bastante elegancia (justo la que se echaba de menos en su vestimenta – hay que ver que manía tienen muchos viejos rockeros con las camisas hawaianas y las gorritas, no se puede con ellos…). Se esforzó además en conectar con el público, y se le veía feliz disfrutando de cómo una sala prácticamente llena le respondía cantando “Are You Ready” o “Rock my Nights Away”.

Al orondo Chris se le veía muy cómodo en su sitio y en su papel, atacando en ocasiones los acordes con una fuerza que llegaba a rivalizar con la guitarra del jefe. Wayne por su parte asume su papel de secundario con naturalidad y cumplió su cometido con bastante entusiasmo y una absoluta eficacia en ambos instrumentos, a pesar de no oírsele demasiado en algunos momentos. Y qué decir de Chris a las baquetas: se diría que el humo que le rodeaba le salía de las orejas, a juzgar por la contundencia que imprimía a su pegada y la expresión de su cara bajo los focos. Este hombre siempre es una garantía para cualquier banda que haya tenido la suerte de contar con él en sus filas, desde AC/DC a todos los demás que han tenido ese lujo.

Pero lo mejor nos lo dio quien esperábamos: el menor de los Schenker se sobrepuso a los problemas con las guitarras y al muchas veces deficiente sonido como sabe, demostrando que si ha superado sus infiernos personales no va a haber nada que se le ponga por delante para seguir demostrando por qué su nombre merece un sitio de honor entre los grandes guitarristas que en el rock han sido. Fiel a sus “flechas” blancas y negras de toda la vida (aunque con el tiempo haya acabado “traicionando” a las Gibson Flying V en favor de las Dean de su colega Elliot Rubinson – quien, por cierto, en parte de esta gira sustituirá a Chris Glen en el bajo), Michael desplegó todas sus habilidades a lo largo y ancho del mástil dejándonos boquiabiertos en unas cuantas ocasiones, especialmente en “Attack of the Mad Axeman”, “Into the Arena” y sobre todo con “Rock Bottom” en los bises donde, por si algo se le había quedado en el tintero, nos volvió a dar un repaso completo de toda la lección.

Impresionados por el nivel que exhibió y lo centrado que se mostró en todo momento (un despiste tuvo al comenzar una canción, y rápidamente reconoció su culpa excusándose con el grupo y la audiencia) sólo nos quedaba que, por segunda vez, regresara la banda a escena para tocar la inevitable despedida, ese mítico “Doctor Doctor” del que nunca se va a poder desprender, porque no se lo perdonaríamos. Así fue, redondeando una hora y media larga de espectáculo que fue más de lo que muchos nos atrevíamos a soñar antes de venir. Me alegro de haber estado ahí y de haberme reencontrado con el Michael que siempre nos ha gustado, el que cogió a los once años una guitarra para no soltarla ya jamás, dedicando su vida a sacar de ella esas vertiginosas e interminables cascadas de notas que nos siguen asombrando, esperemos que por mucho tiempo aún.

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